Zenón; El Ayudante del Sastre
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Hay una relación directa, intrínseca y casi carnal entre la felicidad y el dinero. Desde que las sociedades modernas acuñaron el uso de un medio material, físico y tangible para la ejecución de transacciones comerciales, la clase trabajadora se adentró en el fragor de una lucha cotidiana para ganarse el sustento mínimo e indispensable que le permitiese, al menos, untar su realidad con el bálsamo dulce y efímero del vil metal. 

Ese desafío se agiganta en tiempos de crisis. Y las crisis nuestras, las argentinas, multicausales, salvajes y cíclicamente dolorosas, nos sumergen una y otra vez en el terreno pantanoso de la incertidumbre y la desesperanza. Tiñen el futuro con una pátina oscura muy parecida a la desesperación. La escasez de dinero genera, como un efecto dominó, la caída paulatina de las fichas de satisfacción de necesidades del trabajador promedio. Y voltea, con el último golpe de gracia, la ficha de la felicidad. 

Cada cuatro años la población tiene la posibilidad de barajar y dar de nuevo. Pero el cambio de nombres, colores y banderas nunca parece trastocar los problemas de fondo como lo son la inflación y la pobreza. Pasan los años y el drama sigue intacto, o peor. Si la política es una herramienta de cambio, ¿el cambio dónde está? Legiones enteras de familias se agolpan en el mostrador del Estado benefactor, a la espera de planes y subsidios. Y el Estado, por ahora, les da. ¿Esa es la salida? 

La única convicción inalterable en el terreno político parece ser el deseo de triunfo. Los ideales suelen amoldarse a esa zanahoria que pende de un hilo frente a las narices. Y, en ese camino, dirigentes de todos los especímenes dicen lo que se quiere escuchar y entregan lo que se les pide.  

Luego de la victoria del candidato de Unión por la Patria en la esfera nacional, cabe preguntarse cuál sería la mejor alternativa, la más valiente y capacitada, para poner en marcha la gran maquinaria que inyecte dinero genuino en el bolsillo de los argentinos. Por dinero genuino entiéndase el que proviene del trabajo digno, estable y bien remunerado. El que permite levantar la cabeza y poner la rueda en movimiento.  

Y así, mientras más personas rompan la burbuja y tengan garantizado su ingreso a fin de mes, el efecto dominó operará a la inversa, poniendo de pie cada una de las fichas, una por una, hasta levantar la última, la que sostiene todo: la de la felicidad. 


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